La crisis económica parece cosa del presente, o al menos del pasado reciente, pero en el siglo V a.C. la situación en Grecia no era precisamente buena. Las condiciones eran tan duras que 10.000 hoplitas griegos decidieron emplearse como mercenarios en el ejército del príncipe persa Ciro el Joven. Debemos recordar que los persas eran en la época enemigos naturales de los griegos, pero eso no supuso impedimento para ninguna de las partes. El príncipe Ciro había sido acusado de traición por su hermano, el rey Artajerjes II, así que reclutó al ejército griego para enfrentarse a él.
El 13 de septiembre de 401 a.C. se enfrentaron en Cunaxa (Mesopotamia) y obtuvieron una importante victoria. Parecía que las promesas hechas por Ciro iban a cumplirse, pero entonces descubrieron que el imprudente príncipe había caído en el combate intentando matar a su hermano, y todo se esfumó. De repente se encontraron en medio de la nada, sin comida y rodeados de miles de persas. Al parecer Artajerjes les temía lo suficiente (no obstante los hoplitas eran el mejor ejército de la época) como para firmar una tregua y permitirles volver a sus hogares. Incluso invitó a los jefes del ejército a un banquete para sellar el acuerdo, a través de su ministro Tisafernes. Una vez allí detuvo a generales y capitanes y los ejecutó. El enorme ejército, sin ningún líder, comenzó a vagar sin rumbo esperando el ataque definitivo de los persas.
Artajerjes les exigió que entregaran sus armas, pero seguía sin enfrentarse a ellos. Fue entonces cuando un joven ateniense llamado Jenofonte decidió que había que volver a unir a los soldados en un solo ejército y luchar por abrirse camino hasta llegar a casa. Era una situación especial, ya que no había líderes, sino que todos tomaban las decisiones en conjunto.
Emprendieron el retorno acosados por la caballería persa durante todo el camino, con Jenofonte defendiendo la retaguardia. Fue una prueba muy dura para ellos, tanto por lo agreste del camino a través de las montañas en dirección a Armenia, como por el acoso continuo de los pueblos que habitaban las regiones que atravesaban, especialmente los carducos. Muchos se quedaron por el camino, pero finalmente tras cruzar el río Centrites llegaron a la frontera de Armenia. Allí negociaron una tregua con el gobernador persa Tiribazo, pero tras la traición sufrida anteriormente, atacaron a los persas primero y consiguieron una nueva victoria.
Tras recorrer seis mil kilómetros, muertos de hambre y enfermos llegaron al pie de la montaña Teques. Cuando la avanzadilla llegó a la cima comenzó a gritar tanto, que los demás pensaron que era un nuevo ataque. Sin embargo lo que gritaban era "el mar". Estaban ante el mar Negro, y desde ahí ya podían seguir por la costa hasta casa. Allí mismo erigieron un túmulo para conmemorar su huida, y especialmente a los compañeros que ya no regresarían al hogar.
Jenofonte nos legó en su Anábasis la increíble odisea que vivió junto a los diez mil.
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